Se dice que antes de la remesa que conocemos ahora, ya había otra mucho más antigua en el barrio.
Pero es una información que no ha podido ser corroborada, ya que tan solo son testimonios verbales de algunos vecinos del barrio.
Fueron adquiridos el año 1995 por la comisión de festejos a la empresa Aragonesa de fiestas.
La comparsa está formada por cuatro cabezudos tamaño adulto y dos cabezudos cadetes.
Hubo un tiempo en el que no se les dio ningún uso, ya que nadie se ofrecía a portearlos.
Sin embargo, el año 2011, fueron cedidos el Diablo y el Morico al C.P. Miralbueno acompañados de un cabezudo particular (El Pirata Rovert) y el Mexicano del barrio de San José para amenizar las fiestas del Pilar en dicho colegio.
El año 2015, durante el mes de Junio, fueron restaurados por voluntarios del C.C. Mayores de Miralbueno para lucir sus resultados en las fiestas de Agosto, a excepción de los cabezudos cadetes que no han sido sacados en esta ocasión.
En las fiestas de dicho año, salieron dos días seguidos por la tarde acompañados de tres cabezudos particulares ya que se celebraba el "retorno" de la comparsa.
En 2022, un joven del barrio Oliver, Saul Lopez, decide formar todo un escuadrón de jóvenes para recuperar la comparsa y hacerla grande.
A tal magnitud, que además de los 6 cabezudos que ya había, incluyó otros 4 (La Diabla, el Payaso, el Chulo y el Pedrón) y una gigantilla (la Reina Matilde).
"Los gigantes[...] A estos los conocí de niño, les traté, les admiré, les cí, olí y toque; si, les toque también ¡Vaya si les toqué! Eran los míos.
Llegaban lo menos hasta el segundo piso, iban serios y graves; ni se dignaban mirar a los chiquillos que les precedíamos. [...] ¡Qué bailes sus bailes, con qué gravedad danzaban, sin que siquiera se les viera los pies! Pero no, no; que yo se los ví, yo mismo, unos piececitos enanos, chiquirriticos. ¡Qué desencanto!"
Miguel de Unamuno, 1887
"¿Y el cabezudo? ¡Qué fiero nos arremetía! Pero observé (yo siempre he sido observador) que era el cabezudo razonable, y que, como el toro, no azuzándole, se pasaba de largo. Le esperaba yo un día en la acera de mi calle, y según él se acercaba, se acrecentaban los latidos de mi corazón [...] ¡Qué rabia! ¡No se lo que le hubiera hecho...! Ni me tocó [...]
Miguel de Unamuno, 1887
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